Las memorias del industrial, publicadas durante su detención en Dachau, revelan cómo uno de los hombres más poderosos de Alemania apoyó con su fortuna la maquinaria nazi de matar
Por Celeste Sawczuk/Cortesía
La figura de Thyssen proyecta una sombra incómoda sobre su familia, que busca relegar ese pasado
Cuando Fritz Thyssen conoció a Adolf Hitler, lo que más le impresionó no fue la retórica incendiaria del futuro dictador ni la virulencia de su antisemitismo. Lo que quedó grabado en su memoria fue el orden casi militar que reinaba en los mítines nacionalsocialistas, la energía brutal con la que el movimiento avanzaba sobre una Alemania sumida en el caos. Habían pasado pocos años desde el fin de la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles apretaba como un yugo sobre la economía del país. La inflación galopante y el temor a una revolución comunista se cernían como una nube espesa sobre los grandes empresarios alemanes, que veían con terror cómo sus industrias pendían de un hilo.
Yo pagué a Hitler
Por Fritz Thyssen
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Thyssen, dueño de un conglomerado de empresas de minería y acero con 200.000 empleados, percibió en el nacionalismo exaltado de Hitler una tabla de salvación para la economía y la estabilidad de Alemania. Se afilió al Partido Nazi en 1932, pero sus vínculos con el movimiento se forjaron mucho antes. En la oscuridad de las primeras reuniones, en los sótanos donde se gestaban los discursos de odio, Thyssen se convirtió en el mecenas que financió a la incipiente maquinaria nazi. Con su fortuna, abrió las arcas de los industriales alemanes, a quienes persuadió para que apoyaran al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Las donaciones fluyeron como un río incesante, alimentando la voracidad del movimiento. Para él, era solo una cuestión de economía y orden; la agresividad, el antisemitismo y la violencia que se deslizaban como serpientes por el discurso nazi, parecían un costo menor.
Fritz Thyssen no solo apoyó económicamente a Hitler; fue uno de los rostros visibles de su legitimación. Sentado en los círculos más altos del poder, llegó a ser miembro del consejo de administración del Reichsbank y jefe de la Asociación de Industrias Alemanas. Pero detrás de esta adhesión a la causa nazi latía una ingenuidad temeraria: una creencia en que la estructura social podría salvarse sin hundirse en el abismo de los excesos del Tercer Reich.
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En un principio, Thyssen contempló con aprobación cómo Hitler consolidaba su poder. Su ambición parecía estar al servicio de la recuperación económica, y en ello, Fritz veía la promesa de un renacer alemán. Pero pronto la máscara de orden y disciplina se agrietó, revelando la ferocidad sin límites del nacionalsocialismo. La agresividad y la violencia de los camaradas de las Tropas de Asalto, la expansión del terror y el culto al Führer lo desbordaron. El control que creía haber visto en aquellos mítines era solo el barniz de un movimiento cuyo verdadero rostro era la brutalidad implacable. La “Noche de los cuchillos largos”, en 1934, donde se desató una purga sangrienta contra las Tropas de Asalto del partido nazi, lideradas por Ernst Röhm, fue el primer gran golpe. Hitler, con la complicidad de su círculo más cercano, eliminó a sus antiguos aliados en una orgía de sangre, justificando el asesinato como una medida para mantener la “pureza” y el poder del partido.Thyssen percibió en el nacionalismo de Hitler una oportunidad para la estabilidad económica de Alemania – (Yogi Black)
Este acto de violencia desconcertó a Thyssen. Hasta entonces, había alentado a Hitler a mantener el control sobre las milicias paramilitares, pero nunca imaginó que el Führer resolvería la cuestión con tal salvajismo. Y luego vino la Noche de los cristales rotos, en 1938, donde la furia antisemita arrasó con los comercios judíos y quemó sinagogas por todo el país. Fue entonces cuando Thyssen comprendió que el monstruo que él mismo había ayudado a crear no podía ser contenido. El antisemitismo, que hasta entonces había visto como una idea marginal, se convirtió en la obsesión de un régimen dispuesto a destruir todo a su paso.
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Decidió romper con el partido y denunció públicamente la violencia y la represión que se desataba sobre los judíos, los católicos disidentes y cualquier forma de oposición. Pero la maquinaria nazi no perdonaba la traición. Cuando Hitler lanzó su invasión sobre Polonia en 1939, Fritz Thyssen envió una carta de airada protesta a Hermann Göring, advirtiendo que aquella agresión conduciría a la ruina de Alemania y a una guerra mundial. Luego, metió a su familia en el coche y se exilió, con la esperanza de escapar del torbellino que él había contribuido a desatar.
Pero el Tercer Reich ya se había expandido demasiado. La guerra lo devoraba todo con celeridad inaudita, y Thyssen fue alcanzado por la furia que había alimentado. Mientras se encontraba en Bélgica, visitando a su madre enferma antes de partir hacia América, fue detenido por la Gestapo. Perdió su ciudadanía alemana, todos sus bienes fueron confiscados, y su nombre borrado de la historia del régimen nazi. Como cualquier otro enemigo del Estado, fue encarcelado en un campo de concentración, pasando de la condición de benefactor de Hitler a la de prisionero de su sistema.El empresario financió la maquinaria nazi, persuadiendo a otros industriales alemanes para apoyar al partido – (AP)
La confesión del industrial que ayudó a crear un monstruo
Desde su exilio, Fritz Thyssen intentó redimir su pasado y exorcizar el peso de su culpa. Entre 1939 y 1940, concedió una serie de entrevistas al periodista estadounidense Emery Reves, quien las plasmó en un libro que acabaría siendo una confesión, una súplica de expiación: “Yo pagué a Hitler”. Las memorias de Thyssen trazan el relato de una ceguera: la historia de un hombre fascinado por el resplandor de un movimiento que prometía salvar a Alemania, y que, con el tiempo, devoró su propia esencia y le obligó a ver su rostro monstruoso. Era un acto de contrición, pero también de denuncia. Reves, perspicaz editor con un olfato afilado para los hombres de poder, recogió esas palabras como si fueran un testamento de arrepentimiento y lo convirtió en un éxito internacional.
Monstruos del nazismo. Los personajes más oscuros y siniestros
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El libro fue publicado por primera vez en 1941, cuando Thyssen estaba prisionero en Dachau. La publicación generó un cisma: un industrial, un hombre de fortuna y privilegio, que había financiado al Tercer Reich se convertía en el primer nazi arrepentido. Un traidor a ojos del régimen, un arrepentido ante el mundo. “Yo pagué a Hitler” se difundió como un documento feroz que revelaba las entrañas económicas del nazismo, exponiendo la connivencia entre el viejo establishment alemán y el nacionalsocialismo. Fue un rayo que cayó sobre la fachada de los industriales alemanes, dejando al descubierto la complicidad de aquellos que habían alimentado al régimen con su dinero y su respaldo ideológico. Reves, que trabajaba también como agente literario de Winston Churchill, usó su influencia para que el testimonio de Thyssen rompiera el cerco de silencio que rodeaba a la élite económica de la Alemania nazi.
En su prólogo a la edición española, el escritor Juan Bonilla resume el impacto del libro: “El nazismo fue un negocio de unos cuantos”. Y las memorias de Thyssen confirmaban que aquellos empresarios no solo habían financiado el régimen por una cuestión de ideología, sino que lo habían visto como un vehículo de expansión empresarial, un modo de preservar y hacer crecer sus fortunas frente a la amenaza comunista y el peso de la humillación de Versalles. Thyssen se convertía así en el hombre que se había enriquecido con el acero de Alemania y que luego vio cómo ese mismo acero forjaba las cadenas de su propia prisión.En “Yo pagué a Hitler”, Thyssen confiesa su ceguera ante el monstruo que ayudó a crear – (piemags)
La sombra de Thyssen: un legado incómodo y una familia que no quiere mirar atrás
La publicación de “Yo pagué a Hitler” en España, después de años de silencio, ha desenterrado una parte incómoda del pasado de la familia Thyssen, una historia que los actuales herederos han intentado relegar al olvido. La figura de Fritz Thyssen, tío del barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, vuelve a proyectar la sombra del nazismo sobre una dinastía que, desde hace décadas, ha trabajado para cimentar su legado en el arte y la filantropía. Esta misma familia, que hoy se mueve en la diplomacia de las colecciones de pintura y las negociaciones con gobiernos europeos, arrastra aún el peso de esa relación temprana y decisiva con el nacionalsocialismo.
Fritz Thyssen siguió al pie de la letra las leyes raciales promulgadas por los nazis y despidió a todos sus empleados judíos. En sus memorias, admite haber pasado por alto el antisemitismo hasta que este se transformó en una oleada de terror incontrolable. “No tuvo prácticamente efectos inmediatos”, escribe en referencia al discurso antisemita de los primeros años, subestimando la furia que pronto envolvería a Alemania. Fue solo tras la Noche de los cristales rotos que protestó por la brutalidad con la que los judíos fueron perseguidos, despojados y masacrados en su país natal.
Thyssen sobrevivió a Dachau y a la guerra. Durante el proceso de desnazificación fue condenado a pagar una elevada suma como compensación a las víctimas judías, pero quedó exonerado de otros cargos más graves y recuperó parte de su imperio industrial. Sin embargo, su fortuna y su regreso al mundo de los negocios no pudieron devolverle una paz que había perdido para siempre. En 1950, migró a Argentina, una nación que había abierto sus puertas a muchos de los exiliados y vencidos de Europa. Allí, lejos de la tierra que había amado y de la tragedia que había ayudado a provocar, falleció un año después, dejando una herencia marcada por la ambigüedad, la traición y el arrepentimiento.